El 17 de octubre de 1945 una multitud de trabajadores abandonaban sus trabajos y se movilizaban a la Plaza de Mayo para reclamar la liberación del Coronel Perón. A partir de ese momento se sellaba la relación entre una mayoritaria base obrera y una dirección surgida del golpe militar de junio de 1943 y afianzada tras las elecciones de febrero de 1946. Miles de trabajadores caminando desde distintos puntos del Gran Buenos Aires hacia la Capital esperando la salida al balcón de la Casa Rosada de un Perón que había sido enviado a la cárcel por sus camaradas de armas.
Este hito ha formado parte de la memoria histórica de generaciones de trabajadores, se lo ha recordado y festejado, se debatió en la universidad y en las calles, se lo ha reinventado en la forma del mito. Las jóvenes generaciones tendrán con seguridad un recuerdo difuso con las formas de las imágenes de un documental, pero ha sido un hito fundacional del movimiento que se constituyó en la dirección política y que ha forjado la conciencia de las amplias mayorías de la clase obrera argentina hasta nuestros días: el peronismo.
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La clase obrera argentina había dado muestras de una enorme combatividad desde sus tempranos orígenes. La década del 30, años de crecimiento industrial y fraude electoral, la habían transformado en una clase de gran peso social pero sometida a condiciones de superexplotación laboral y exclusión política. La llegada de Perón a la Secretaría de Trabajo y Previsión en el gobierno militar inaugurado en 1943 buscó responder a esas condiciones sociales y a la perspectiva de un ascenso obrero que replicara el que había impulsado la gran huelga de la construcción de 1935-36 pero ahora en el convulsivo mundo de fines de la Segunda Guerra Mundial.
Perón ha sido siempre una lúcida expresión de los intereses de las clases dominantes, así tranquilizaba a sus representantes el 1° de mayo de 1944: “Buscamos suprimir la lucha de clases… hemos defendido la unidad y compenetración de propósitos entre patrones, obreros y Estado, como el único medio para combatir a los verdaderos enemigos sociales, representados por la falsa política, las ideologías extrañas seas cuales fueren… y las fuerzas ocultas de perturbación del campo político internacional”.
Perón desplegó entonces su política de regulación de las relaciones capital-trabajo, la promoción de las negociaciones colectivas bajo tutela estatal, el impulso del proceso de sindicalización y la cooptación de la dirigencia sindical junto con la represión de la izquierda al interior del movimiento obrero, para fortalecer instituciones de control de las masas trabajadoras, tal su objetivo declarado.
Pero en abril de 1945 se presentaba un proyecto que contemplaba la implantación del salario mínimo, vital y móvil, aumento general de salarios y participación en las ganancias: 63 entidades patronales presentaron un memorial a la presidencia rechazando el proyecto.
En los meses siguientes la Federación Universitaria Argentina, el Partido Socialista, el Comunista y la Unión Cívica Radical se pronunciaron por el retorno a la “normalidad institucional”; el embajador norteamericano, Braden, realizaba una intensa campaña contra el gobierno. Los hechos se aceleraron y Perón fue forzado a renunciar y encarcelado.
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Acto seguido, los patrones en las fábricas enviaban a los trabajadores a “pedirle el aumento a Perón”. La propuesta de una huelga general ganó rápidamente terreno, la GCT acordó llamarla para el 18 de octubre pero ésta se produjo un día antes.
Fue el 17 de octubre de 1945. El comité de huelga presentó sus demandas al gobierno militar. Perón fue liberado y se dirigió a la multitud.
La clase obrera se instalaba en la escena política nacional. La enorme potencialidad de los trabajadores argentinos se manifestaba en las calles. El primer gobierno peronista sería el producto del triunfo del Partido Laborista, creado por los sindicatos para impulsar la candidatura de Perón a las elecciones de febrero de 1946 y que pretendía resguardar una relativa autonomía de los sindicatos.
Pocos meses después del triunfo electoral, Perón ordenó la disolución del Partido Laborista y su fusión en una organización que se llamaría Partido Único de la Revolución Nacional. No toleró siquiera su pretendida autonomía. Este hecho fue un símbolo de la política que Perón desplegará en los años que siguieron hasta su caída en 1955: la liquidación de toda tendencia a la independencia política de la clase obrera.
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Esta fortaleza les permitirá a los trabajadores argentinos lograr a lo largo de “los años peronistas” una serie de conquistas que perdurarán en la experiencia de la clase obrera. Perón impulsó una política que reforzó, también perdurablemente, el vínculo de las organizaciones sindicales con el Estado, “domesticándolas”, impregnándolas de una ideología de colaboración de clases.
Hemos explicado el gobierno establecido tras los hechos de octubre del 45 con la categoría de “bonapartismo sui generis” aplicada por Trotsky a aquellos gobiernos que, en los países semicoloniales, “arbitrando” entre las clases sociales y apoyándose fundamentalmente en la clase obrera -mientras controlaba sus organizaciones-, ofrecían cierta resistencia al imperialismo dominante. Perón ganó el apoyo de las amplias masas de trabajadores, lo que le permitió consolidar su gobierno, desplegar una política “nacionalista” que pretendía enfrentar al imperialismo yanqui para negociar con él en condiciones más favorables y arbitrar entre aquella poderosa clase obrera y las clases dominantes que buscaron desalojarlo del poder; en el largo plazo, el movimiento que construyó será una herramienta de estas clases para contener, desviar y derrotar las tendencias revolucionarias que emergieron en el movimiento obrero argentino.